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A 90 años de la autonomía universitaria

Para hablar de autonomía de la Universidad es necesario remontarnos al antecedente inmediato anterior a la consecución de este preciado bien. En 1929, Antonio Caso, director de la Facultad de Derecho, propone una variante en la aplicación de los exámenes escolares a los alumnos de la Universidad Nacional de México, por diversas razones los estudiantes no están de acuerdo con esta propuesta e inician una huelga como protesta, a la que se suman los demás estudiantes. Como respuesta el gobierno clausura la facultad de Derecho y amenaza con encarcelar a los agitadores; casi de inmediato estalla la violencia; los estudiantes son agredidos por la policía dando lugar a que el movimiento se propague en los demás centros de educación superior del país.

El presidente Emilio Portes Gil anuncia su decisión de resolver el problema y propone conceder la Autonomía a la Universidad, esta rápida sucesión de acontecimientos tiene lugar del 5 al 23 de mayo de 1929. Un mes y medio después, el 9 de julio, se promulga la Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México, con la que nuestra Máxima Casa de Estudios alcanza la autonomía.

El móvil del gobierno para decretar la autonomía y así dar solución al problema, como declara en entrevista el mismo Portes Gil, fue de carácter político al considerar la gran cantidad de problemas del país que tenía que resolver. El Estado se desprendía así de responsabilidades ante una institución que juzgaba como conservadora ya que no había prestado, al menos hasta ese año, ningún servicio a la Revolución.

Una vez promulgada la Ley de Autonomía, la Universidad pierde su carácter nacional y se le suspende el subsidio, en realidad pasa a ser una institución privada. Para la Universidad son varios años de agobio económico hasta que finalmente fue cerrada. La participación de los estudiantes guiados por los jóvenes, ya maestros, de la generación del 29, como Alejandro Gómez Arias y Salvador Azuela, permitiría a la Universidad reanudar sus actividades.

En 1945, con la promulgación de la Ley Orgánica, la Universidad recobró su carácter de Nacional, el subsidio regular del gobierno y su estatuto de Universidad pública y autónoma. En 1980 se introdujo en el artículo tercero constitucional una reforma que consagra el principio de autonomía para la Universidad.

En resumen, “la autonomía de la Universidad ha sido entendida, primero, como el desprendimiento de la Universidad respecto del aparato del Estado, es decir, con su privatización. Más tarde (1945), la autonomía se convirtió en un estatus especial a través del cual la Universidad conservaba el derecho de auto administrarse y de decidir sus políticas académicas sin intervención del Estado”.1

Resulta pertinente e interesante conocer la valoración que tienen de la autonomía quienes fueran los dirigentes de la Generación del 29, como principales protagonistas de este movimiento. Esta valoración fue expresada en entrevistas realizadas veinte años después (1949) de establecida dicha autonomía y reunidas en una misma publicación.

Las opiniones de dichos protagonistas difieren mucho unas de otras, para algunos, la autonomía no existe mientras la Universidad dependa financieramente del Estado. Otros piensan que la autonomía solo contribuyó a separar a la Universidad de las causas populares de la Revolución mexicana. Hay para quienes la autonomía nunca ha existido, la vida académica dejó de estar en manos del gobierno para pasar a manos de fuerzas neoconservadoras. Los hay también quienes adoptan una actitud crítica ante la autonomía en tanto que no ha logrado que entre los estudiantes exista una auténtica “vocación de servicio social”.

Mientras algunos de ellos han afirmado que la autonomía fue una concesión del gobierno, otros, por el contrario, opinan que no fue una dádiva graciosa sino una conquista estudiantil cuyo objetivo no era solo la autonomía sino una reforma universitaria integral que colocara a la Universidad al servicio del pueblo. Lo cierto es que desde el pensar inicial del movimiento ya existía el germen de la autonomía concebida “como la independencia frente al gobierno y la designación de autoridades en el seno de la institución y con sus propios mecanismos”.2

Alejandro Gómez Arias, dirigente principal del movimiento universitario del 29, afirma que la participación organizada de la juventud fue una victoria en sí, que cambió la política de la época. “La voluntad estudiantil nunca se orientó a la ‘toma del poder’, no obstante esto, la intervención de la generación cambió el tono de la política nacional…nosotros dimos al país un tono civilista”.

Es importante hacer notar que esta afirmación guarda una similitud en su significación con el Movimiento Estudiantil de 1968, cuyo objetivo, como siempre afirmó su dirigencia, “nunca fue la toma del poder”, como el gobierno en su momento, lo interpretó.

Gilberto Guevara Niebla, uno de los líderes del Movimiento Estudiantil de 1968, en el prólogo de la obra citada afirma que “En los movimientos estudiantiles se reelaboran las relaciones entre el Saber y el Poder, entre el Estado y la Universidad, entre los gobernantes y los intelectuales. De ahí la importancia específica de este tipo singular de fenómenos sociales”.

Las opiniones de los miembros de la Generación del 29 dejan ver una exigencia mayor en relación con los resultados que esperaban de la autonomía, sin considerar que en la historia veinte años no son nada, aunque pudieran ser mucho. Ahora, es importante tener en cuenta los logros que después de 90 años la Universidad ha tenido, pese a las vicisitudes en la conquista de la propia autonomía.

¿Cómo se expresa la Autonomía de la Universidad 90 años después, cuál ha sido su proyección social y cuáles son sus riesgos?

En principio, la autonomía es libertad, libertad de cátedra que es su mejor y más valioso logro. En libertad cumple con sus tareas sustantivas de docencia e investigación y de difusión de la cultura que hace llegar a un gran número de personas valiéndose de todos los medios que dispone para hacerlo.

Libertad para gobernarse a sí misma, libertad para elegir a sus autoridades, libertad para ejercer su presupuesto y destinarlo a lo que considera mejor para el óptimo cumplimiento de sus funciones; libertad para elaborar y aprobar el Estatuto que la rige así como los planes de estudio de las más de cien carreras que imparte mismas que han aumentado como respuesta a las necesidades, siempre cambiantes, que requiere el país para su desarrollo.

En cuanto a sus riesgos, “La existencia y el desarrollo de la Universidad pueden entrar en peligro cuando se violan las normas que la rigen o se atenta en contra de los órganos de gobierno que ella misma, libremente, se ha dado. La Universidad es, en pocas palabras, semillero que hace posible la transformación del país”.3

 

1 Memoria y presencia de la autonomía universitaria. Prólogo Gilberto Guevara Niebla. Selección de textos Patricia Ortega Ramírez. El Nacional, México, 1990.

2 Salmerón, Luis Arturo, “Autonomía universitaria” en Relatos e Historias en México, México, 2011, No. 30.

3 León Portilla, Miguel, “Humanidades, ciencias sociales y autonomía universitaria”, Revista de la Universidad, México, 2006, No. 30.

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